Por detrás del hoy.
Eran casi las dos de la mañana cuando volví a despertarme.
Una vez más comencé a rogarle a Dios por la persona que me tomará por
esposo y compañero de vida. “Dios mío, donde quiera que esté, no olvides de que
quiero amar, trae junto a mi a esa persona a la cual compartiré mi vida a su lado. Por lo que más
tengas de sagrado, por los ojos del Cordero Santo, por lo que tu más quieras,
respóndeme y dime si tengo en esta vida la oportunidad de amar, de que alguien
se fije en mi, no importa como sea ni en que forma venga, yo aprenderé a amarle
y ser feliz lo que me reste de vida... Amén”. Y volví a dormir.

De pronto comienzo a verme en una sala con dos hombres, mi estado era
perturbador, algo sucedía y era que estaba furioso con mi esposa. La había
mandado traer a mi presencia… al parecer era una especie de patrón o líder malo.
Ella algo me había hecho y me lo había enterado. Por la forma en que me veía,
en el primer plano del sueño y a cincuenta centímetros de mi otro yo, puede ver
que la tomé a la fuerza por el brazo izquierdo y con una especie de arma
medieval, un hacha muy plana de un metal plateado, donde la punta se dividía,
le torturaba de la frente hasta su nariz. Ella decía yo no fui todo el tiempo,
pero yo le rayaba el rostro. En mi forma de vidente en esa visión, me posicioné
dentro de mi mismo para ver lo que veía y desde esa perspectiva real. Ella
abrió los ojos y estaba el derecho dañado por esa tortura. Al instante me
sorprendió el horror y salí de mi mismo en esa visión. Entonces vi que con su
mano derecha, la extendía al cielo como pidiendo recibir algo. La solté y le vi
su figura. Una mujer super femenina y amable, de elegancia inexplicable y
espíritu dócil. Sus curvas eran perfectas y simétricas, de una cabellera larga
y color negro brillante muy liso. Vi que bella y hermosa era y sentí terrible angustia
por ella. Me apiadé de su estado y condición. Pero me tiré sobre uno de los que
me agarraron después que la solté y con esa arma de tortura, apuñalé en su abdomen a uno que contra la
pared, no tuvo más que sentir esa lámina doble y puntiaguda. Fue ahí que sentí
como desvanecerme sin dolor o angustia, como alguien que recibe una carga muy
pesada y al caminar, por alguna punta, se va perdiendo repentinamente el peso. Me
giré… y la sangre manchaba el suelo como si de algún lado se impulsara. Yo caía
como en un sueño de sensación de placer continuado y en aumento. Esa sangre
brotaba más y ante el color rojo, se me aflojó el alma y el espíritu. Me
arrepentía de muerte por haber apuñalado o maltratado a mi esposa. Alguien
estaba herido y la culpa era toda mía. Esa sangre era inocente y pedía
justicia. Me arrepentía en un remordimiento de culpabilidad que jamás sentí. Me
arrepentía de muerte de haberlo hecho y susurré un perdón mientras caía para
volver al presente real y físico. Pero aquella sensación de pluma, de que estaba
vacío de algún peso que no me había percatado, continuaba. El arrepentimiento y el
dolor de haberlo hecho me siguieron hasta esta vida. Entonces llorando pedí
perdón a Dios por haberlo hecho. Lo que no recuerdo, es si fue que alguien me
apuñaló por las espaldas o era la sangre de quien había herido contra esa
pared. La belleza inigualable de esa esposa que tuve, me da vueltas y vueltas.
Si realmente esto sucedió, ahora entiendo el motivo de mi soledad y debo pagar
mi condena. Sentí mis manos manchadas de sangre inocente en el sueño y en la
realidad. Entendí el peso de la conciencia y el peso de ver sangre derramada.
Es lo peor que pude haber sentido y eso es un infierno. Un pecado que pesa más
que cualquier otra cosa en el más allá o en el más ahora. Me arrepiento de
haberlo hecho hasta si aún fue solo un sueño, no tendría el coraje de soñarlo
nuevamente. Y me dormí llorando y pidiendo perdón por todo eso… y eran las tres
de la mañana.
Daimer Santuche H.
(Uruguayo)
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