La radio no hacia mucho que estaba en la casa de los Baltimor. Las tardes
junto a la música y el café, se hacían más coloridas.
No fue hasta el día que el locutor anunciara la guerra. Franch Baltimor
era el hijo menor y único varón de la familia. Pero tenía un secreto que
escondía de todos, se atraía al mismo sexo y sufría en silencio la decepción de
la familia, si se enteraban de su elección sentimental.
La noticia de la guerra se corría como pólvora y la necesidad de reclutar
soldados, era la onda y el miedo. Los varones querían patear y matar soldados
enemigos y las madres querían protegerlos en casa. Para Franch Baltimor morir
en la guerra y morir en casa era lo mismo, pero mejor era estar entre los
hombre y morir por ellos a vivir sin ellos.
La lucha fue grande al contar de su inscripción y que en una semana
partiría a la muerte.
El día llegó y sin más que decir, susurró al oído de su madre que estaría
bien.
Las instrucciones fueron muchas en el cuartel general, pero le atraía
más la hora de dispersión donde conocía a sus compañeros de batalla. La unión
era tanta, que se conocían hasta por la manera de roncar en las noches.
Franch se quedaba mirando entre la penumbra, las siluetas masculinas e
imaginaba un paraíso que no vivía. Se apenaba de saber que cada uno moriría en
esa guerra. Pero uno de sus compañeros le toca el muslo y le pregunta si no
puede dormir como el.
-
Yo también, pero esa jodida guerra no nos puede
amedrentar, tenemos que vivir algún momento bueno todo lo que se pueda en medio
de las balas.
-
¿Cómo? – pregunta Franch.
-
Si me dejas te lo muestro- le dijo el compañero
y comenzó a besarlo mientras lo tocaba.
Aquella madrugada fue la primer guerra de Franch contra sus
sentimientos, el soldado que le produjo la guerra, también le declaró libertad.
Y cada madrugada la guerra se hacía más atrincherada y el cruce de miradas
tiernas en el día, atravesaban como proyectiles sin controles por donde quiera
que estaban.
Se buscaban mutuamente y a cada luna, por más sangrienta que fuera, la
convertían en un campo minado de profundo amor. Olían a sexo y a muerte.
Mientras los Baltimor peleaban la tristesa por su hijo amado, el amado
era amado y libre de su guerra interior.
La guerra los cansaba, pero entre tanta violencia, el amor reinaba
entre dos soldados.
Estaban viciados en si mismos uno para el otro. Juntos eran imparables
y lo único que defendían era su amor más que a su Patria. Mientras todos
dormían agotados, ellos trabajaban su pasión y su amor. Cada minuto de ojo
abierto, eran años de vida juntos.
La guerra terminaría con ellos, pero no podría vencer su amor. Franch estaba en un cielo turbulento, lleno
de ruidos y muertos, pero más vivo que nunca junto a su primer amor. No les
importaba nada, ni los rumores de guerra que se sospechaban. Su compañero de
amor y guerra, un día que todo el equipo se dirigía a remplazar una trinchera,
se paró y dijo:
-
Compañeros, seguro que la muerte nos besa los
talones, pero no por eso dejaremos de creer en un mundo mejor, donde podamos
amar libremente, no me quiero esconder de ustedes ni del enemigo y aunque es un
honor pelear junto a ustedes, sepan que muero de amor, más que cualquier bala
que me atraviese.
Franch es el amor de mi guerra, no
pretendo que lo entiendan, pero si ustedes tienen una novia o aman a alguien
con toda la fuerza que les nace, así amo a Franch. Y si sobrevivimos a esta jodida
guerra, me caso contigo.
Franch lloraba y los compañeros los felicitaron a ambos. Franch no
quería salir de la guerra, porque en ella estaba su felicidad hasta que una
ráfaga de balas mató a uno de sus compañeros y al caer con el dedo en su ametralladora,
le vuela la cabeza a su amor. Franch miraba petrificado mientras su corazón se
moría junto.
El amor de su vida entregaba su alma en la guerra, se cubría de bronce,
polvo y dolor.
El sonido ensordecedor del mortero dispersaba a todo el resto mientras Franch
permanecía petrificado y como sintiendo que los últimos latidos de su amado, le
decía alguna última poesía de enamorado. El corazón paró de latir en el cuerpo
de su amado y el suyo, era acribillado por un soldado enemigo que no entendía
nada del amor en aquella guerra. Pero Franch no lo sintió, ya había muerto
minutos antes.
Franch Baltimor encontró el amor verdadero en medio de una guerra
sangrienta y partió a otro mundo donde el amor es posible y el miedo a perder nunca
gana.
Daimer Santuche H. ©
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