La sobrina de la hermana de la cuñada de la amante de la mujer de mi
marido.
Dice, que tenía un novio que era
un pan de Dios. Se sentía feliz y realizada. A los ocho meses de pura lluvia de
pasiones, decidieron ir a vivir juntos y por lo visto agradaron a todos. Por tal
razón les regalaron un montón de cosas prácticas para una vida a dos. El
siempre maravillaba a su novia, la mujer que se llevó a vivir al fondo de la
casa de la madrina de la consuegra de su madre. Una familia feliz, carismática
y servicial. Qué más se le puede pedir a la vida?
Una mañana de primavera, cuando el gallo Manolo cantaba a las seis de
la mañana, aunque el enamorado le decía que el gallo cantaba, ella podía jurar
que el gallo gritaba socorro en un tono
bien humanizado y siempre se despertaba incómodo. Esto porque le recordaba a la
bisabuela del padrastro del padre del abuelo de su padre. Todo por el viejo
contar historias de terror a los niños en aquella época cuando aún era ella
adolescente. Aunque no vivían en campaña, en ese barrio pequeño que queda en la
esquina cruzada con el camino de la Cierra de las Corredoras y el camino del cruce
de la calle Janalajuarana, era muy tradicional que se tuvieran cosas relativas
a una vida de campo.
El a la hora y media se levanta a preparar un rico desayuno y le dice a
su esposa que desayunará en la cama. Ella se reía sola por tener un esposo tan
atencioso, que debería ser el único en el planeta.

Ella le agradecía el desayuno, pero cuando se fue a servir y mientras
vertía la leche en la taza, una felpa se le mete en la nariz, provocándole un
tremendo estornudo. El efecto le desestabilizó la tetera y esta derramó la
leche en la cama toda.
Aquel hombre amable de un salto estaba fuera de la misma a los gritos.
-
Pedazo de yegua!!, me quemaste el choto y en
sima, me manchaste todo el somier que mi abuela me regaló!!. Tienes mierda en
esas manos que no podes sostener la
tetera?. Te me pelas de la cama y ahora vas a tomar té en la cocina. La
muchacha del susto, salió corriendo en bombachas, llorando para la casa de su
tía, que por fortuna, vivía a un par de cuadras de donde ella estaba. Al contarle
los sucesos de esa mañana, media tartamuda y sin consuelo, se termina esta
historia.
Daimer Santuche H
(Uruguayo)
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