Dejada por una miga, era mi marido.

Hace cinco años me casé con el hombre más guapo del barrio, por no decir de la ciudad… pero sabes como es, nada es perfecto. Hoy vamos a un casamiento y mi marido se prepara hace dos días. No es que haga algo importante, es por la dieta que hace, comer más de la mitad del bufet si es posible, todo lo que le sirvan. Siempre fue así, el día de nuestro casamiento peleó por la mitad de la torta y en vez de tener una luna de miel, fue una luna con la torta y después, ahí estaba yo en emergencia cuidándole con un ataque de hígado que le duró tres días… ya me he acostumbrado. Está fuera de peso y no me hace caso. Seguro hoy será otro día de humillación para mi. Eso dije antes de la fiesta y pasó tal cual. Estaba yo sola en un rincón a las oscuras y mi marido en la luz, comiendo sin parar y charlando… no de los novios casados, sino del servicio que estaba de punta. De pronto me pregunta una voz, si estaba aburrida. Le dije que no… y siguió preguntándome si ese peculiar dinosaurio era algo mío. Yo entendiendo la pregunta le respondí que no veía ningún dinosaurio, enfadada y colorada de vergüenza por mi marido. El me dijo que bueno, no importaba, solamente proponía un inicio de charla hablando del comilón de la noche. –Ese de azul y blanco? Es mi esposo, quieres que te lo llame? – Y me dijo que no era necesario y se retiró. Yo enfadada, me sentía un volcán en plena actividad. Desesperada agarré a mi marido de un brazo con las uñas ensartadas en el y con una sonrisa cariñosa terriblemente fingida, me lo saqué para afuera. Y le dije o te vas conmigo, o me voy sola.

El pobre no entendía nada, pero apenado que no lo dejé probar la torta y ni las trufas de huevo que servirían más tarde.

Le dije tantas cosas esa noche, que no me importó nada, estaba furiosa por todos estos años y eso que aguanté cada fiesta, cena, reunión familiar, lugares donde me llevaba a pasar vergüenza. El se enojó conmigo y me dijo que si no lo quería como el era, pues que no siguiera con el… si tanto así le ofendía. Yo no dudé en mi enojo por la humillación de esa noche y me fui a lo de mamá. Estuve una semana… y el ni me hablaba. Nunca creí que podría enojarse tanto… se pasaron un mes y yo lo extrañaba y aunque lo veía, no me hablaba… Y cuando lo hizo, fue para pedirme el divorcio. Se pasaron diecisiete meses y no lo he visto. Se fue del trabajo, dejó todas sus cosas y desapareció. Nadie supo de el o no me lo quisieron decir.

Pero hoy, hace unas dos horas, acabo de verlo y estoy pasma… muda y hecha momia.  

El gordo de mi marido, tiene un cuerpo de modelo, una barriga definida, una elegancia que ni cuando era novia de el la tubo. Estaba hecho un dios griego… cuando me saludó, no paraba de mirarle y ni siquiera pestañaba… para que no me perdiera cada trozo de lo que era ahora. Me dio las gracias por haberlo curado de la gula y me reprochó cuando le pregunté si no iba a volver a casa. Me dijo que no, si no lo quise gordo, tampoco ahora… que al menos le hubiera dicho cuando su actitud la humillaba… no era necesario guardarse tanto tiempo para decirle todas esas barbarie desnecesarias. Lloró unos segundos en silencio y me dijo que aún me amaba, pero quería construir una nueva vida, aprender con otra mujer que realmente le diera el valor tal como el era… y se marchó así como si nada… yo me atragantaba cada pero mientras le miraba alejarse. Y no sé que decir… perdí a mi marido por pelear, por un trozo de pan. Y es estúpido… aún de contar… nadie lo cree. Hoy veo lo que perdí, el hombre más bello del mundo… y solo existe uno como el en esta tierra, el propio.