Luego de que hubieras visto un sol ponerse y otro levantarse, antes del mediodía, comienzas a temblar y tus fuerzas dudan al sostenerse en tus piernas.
La boca comienza a imaginar delicias y tu mente pide todo lo que
es masticable. La mente trabaja en una
acalorada selección de impulsos que te llevan a querer buscar y buscar. Toda
clase de alimento es un manjar. Pero sigues con hambre y si no encuentras
comida, te desesperas y estás dispuesto a violar tu razón, a cambio de obtener
comida. Duro golpe para tu estómago que comienza a digerirse a sí mismo.
Al pasar una
semana con insuficiente alimentación, el dolor es crónico. Andas de arrastro y
tus ojos paralizan, terrible lo que te pasa. Es tanto dolor hueco, seco, es un
grito desgarrador casi silencioso, pedir auxilio no viene y el socorro no
existe. Nada quita el hambre cuando se tiene. Tu mirada paralizada y con tu
expresión de muerto vivo, pasas a familiarizarte con el dolor, hasta que
desaparece. Es ahí donde ya no mora la razón social en ti.
La mente
comienza a fallar, la persona queda violenta y el mal carácter aflora. El
sentido de pertenencia a miedo de seguir acumulando hambre, te lleva a robar
todo lo que puedas y sea canjeable por comida. Es ahí donde toda tu pose de no
comer pan del día anterior es puesta a arrepentimiento y un pan mojado, lleno
de gusanos, se transforma un manjar al limpiarlo. Una carne podrida, un trozo
de preparado lleno de tierra y mal oliente, es tu alimento más preciado. Es en
el hambre que la arrogancia y la pose se desvanecen. Luego de depredar toda
clase de basura a espera de un manjar olvidado, se transforma en milagro.
Hueles mal, el tiempo te azota duro y sientes cada trozo de tu cuerpo,
doliendo. Cuando la razón te vuelve, solamente te vienen ganas de llorar,
porque todo lo tenías y no valorabas. Sumergido en un velo de pose social y lleno
de yo puedo, yo soy, te hacías rogar ante los menos favorecidos.
Ahora en el
hambre, ciudadano legal de la calle, la historia tiene otro tono y la sociedad
que te aplaudía y criticaba, mira para otro lado en busca de otra víctima que
tenga el mismo final.
La ley eras,
la riqueza y belleza eras… pero hoy nadie eres. No te mueres ni vives,
solamente andas tras un bocado cada día.
El dolor es
agudo, es como un gran trozo de hielo metido en tu vientre, cantando a gritos
día y noche.
El hambre
duele, trae arrepentimiento y soledad. El hambre cuando te abraza te hace
olvidar quien eres y cuando te domina en las circunstancias, todo tu mundo se
hace polvo. Todos los que un día comieron de tu pan, no dejan en su basura ni
las migas para ti. Pero no te preocupes que cuando declaren tu fallecimiento,
las redes sociales gritarán tu importancia, todos extenderán sus manos
mostrando lo que hicieron por ti y nunca te enteraste. Se celebrarán días en tu
nombre y por otro tiempo, bajo tu cadáver, se levantarán ríos de ganancias. Así
es la humanidad de muchos, así es el hambre cuando te abraza.
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