Era una vez en una
colmena, el nacimiento de una pequeñita abeja, que la alimentaban sus hermanas.
Todas estaban
encantadas de tener a una nueva hermana. Pero al pasar de los días, la abejita
rechonchita, estaba deseosa de salir de la colmena a trabajar como sus hermanas.
Pobre abejita no sabía nada del peligroso mundo
lejos de sus amigas y de toda su familia. Ella creció en la colmena y
llegó el día de ir a su primera clase de reconocimiento de flores. Ella estaba
encantada con tantos colores y lugares por explorar. Debía aprenderse el
camino, las cosas que no podía olvidar para volver segura a casa. Así pasó la
semana, hasta que llegó la clase de aprender a recolectar polen. No se podía
pasar de la cantidad, porque de lo contrario, no tendría fuerzas para volar y
se podía caer en un charco de agua o peor, en un río y morir ahogada. Pero ella
era valiente y la miel era rica y trabajar, era para valientes. Así que a
medida que los días pasaban, ella acumulaba más polen en sus patitas y llegaba
cansada, feliz y con mucha hambre. Por lo que al llegar a su casita, la colmena
de todos, la miel que le daban no era todo lo cuanto ella necesitaba para
llenar su pancita. Así que peleó para que le dieran más y no quisieron darle
porque todas debían ser iguales, comer la misma cantidad para mantenerse en
forma y trabajar cada día.
Esa noche la abejita
estaba triste y con hambre y decidió hacer algo cuando el Sol saliera.
Tuvo una reunión con su
mamá y le contó todo, le dijo que tenía hambre y ella trabajaba muchísimo, pero
su mamá le dijo que debía estar agradecida con lo que se hacía, así nadie se
peleaba por más o por menos. Pero la abejita decidió irse a vivir sola. Le dijo
a todos que se marcharía al bosque, que trabajaría el doble y comería
muchísimo. Así que con valentía, la pobre abejita fue haciéndose fuerte y más
fuerte. Comía todo lo cuanto quería de su recolección de polen y sola, recorría
el mundo, disfrutando de las cosas que
más le gustaba hacer, explorar. La abeja se hizo fuerte, muy fuerte y podía
hasta hacer casas en el tronco de los árboles, en el suelo, en donde ella
quisiera. Aprendió a construir de palitos y se volvió muy sabia. De tiempo en
tiempo, ella pasa por su antigua casa haciendo tremendo ruido y sus hermanas le
gritan –¡Hola mangangá!! ¡Gorda rechonchi!, pero ella no les hace caso, porque
ella no es gorda, es una abeja con músculos de trabajar en el bosque. La
abejita sabe que ella es más sabia, porque sus hermanas hacen miel para que
otros se la coman y ella trabaja para vivir ella. Pues así es que pasa el
tiempo de aquí para allá, trabajando y cantando de felicidad. Las flores son su
pasatiempo favorito y el bosque, es un lugar encantador en que ella puede tener
muchos lugares para vivir y si una lluvia la encuentra en el camino, no se
preocupa, porque ella tiene muchas casas de pasada, una más linda que la otra y
a todas las hizo con sus músculos. Mientras sus hermanas viven todas amontonadas
en una única casa con un poquito de miel diaria.
Del Mangangá aprendemos
que: La cantidad genera abundancia de
ajustes diplomáticos que impiden el desarrollo individual. Que la calidad se
mide en la voluntad de superar las adversidades de tus propios conocidos y que el
deseo de vivir en paz, te hace fuerte frente al padrón impuesto por la
sociedad, aunque te condene a vivir
sólo.
Daimer Santuche H
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