Daimer´s

10/8/22

El Mangangá


 

Era una vez en una colmena, el nacimiento de una pequeñita abeja, que la alimentaban sus hermanas.

Todas estaban encantadas de tener a una nueva hermana. Pero al pasar de los días, la abejita rechonchita, estaba deseosa de salir de la colmena a trabajar como sus hermanas. Pobre abejita no sabía nada del peligroso mundo  lejos de sus amigas y de toda su familia. Ella creció en la colmena y llegó el día de ir a su primera clase de reconocimiento de flores. Ella estaba encantada con tantos colores y lugares por explorar. Debía aprenderse el camino, las cosas que no podía olvidar para volver segura a casa. Así pasó la semana, hasta que llegó la clase de aprender a recolectar polen. No se podía pasar de la cantidad, porque de lo contrario, no tendría fuerzas para volar y se podía caer en un charco de agua o peor, en un río y morir ahogada. Pero ella era valiente y la miel era rica y trabajar, era para valientes. Así que a medida que los días pasaban, ella acumulaba más polen en sus patitas y llegaba cansada, feliz y con mucha hambre. Por lo que al llegar a su casita, la colmena de todos, la miel que le daban no era todo lo cuanto ella necesitaba para llenar su pancita. Así que peleó para que le dieran más y no quisieron darle porque todas debían ser iguales, comer la misma cantidad para mantenerse en forma y trabajar cada día.

Esa noche la abejita estaba triste y con hambre y decidió hacer algo cuando el Sol saliera.

Tuvo una reunión con su mamá y le contó todo, le dijo que tenía hambre y ella trabajaba muchísimo, pero su mamá le dijo que debía estar agradecida con lo que se hacía, así nadie se peleaba por más o por menos. Pero la abejita decidió irse a vivir sola. Le dijo a todos que se marcharía al bosque, que trabajaría el doble y comería muchísimo. Así que con valentía, la pobre abejita fue haciéndose fuerte y más fuerte. Comía todo lo cuanto quería de su recolección de polen y sola, recorría el mundo, disfrutando  de las cosas que más le gustaba hacer, explorar. La abeja se hizo fuerte, muy fuerte y podía hasta hacer casas en el tronco de los árboles, en el suelo, en donde ella quisiera. Aprendió a construir de palitos y se volvió muy sabia. De tiempo en tiempo, ella pasa por su antigua casa haciendo tremendo ruido y sus hermanas le gritan –¡Hola mangangá!! ¡Gorda rechonchi!, pero ella no les hace caso, porque ella no es gorda, es una abeja con músculos de trabajar en el bosque. La abejita sabe que ella es más sabia, porque sus hermanas hacen miel para que otros se la coman y ella trabaja para vivir ella. Pues así es que pasa el tiempo de aquí para allá, trabajando y cantando de felicidad. Las flores son su pasatiempo favorito y el bosque, es un lugar encantador en que ella puede tener muchos lugares para vivir y si una lluvia la encuentra en el camino, no se preocupa, porque ella tiene muchas casas de pasada, una más linda que la otra y a todas las hizo con sus músculos. Mientras sus hermanas viven todas amontonadas en una única casa con un poquito de miel diaria.

Del Mangangá aprendemos que:  La cantidad genera abundancia de ajustes diplomáticos que impiden el desarrollo individual. Que la calidad se mide en la voluntad de superar las adversidades de tus propios conocidos y que el deseo de vivir en paz, te hace fuerte frente al padrón impuesto por la sociedad,  aunque te condene a vivir sólo.

Daimer Santuche H

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