Daimer´s

17/4/11

La puerta en el infierno


Por la ventana lo vi cruzar, era pequeño y llevaba un pedazo de pan en sus manitos. Al parecer estaba duro, puesto a que se esforzaba por quitarle una mordida.


No podía ir a la reunión de los Romanoff, es un poco demasiado para mi estilo de vida y de pensar tan sencillo. De seguro hoy se van hasta las siete de la mañana como el mes pasado. Era de nochecita ya, como hacia un poco de frío y dentro de casa, siempre está mejor… me dispuse ojear el vecindario por la ventana.


La casa de los Romanoff es llena de grandes ventanales, como son conocidos por su elegancia y modo de festejar, a nadie le causa impresión cuando pasan por el frente. Claro que hoy la fiesta será desde mi casa para mi.


Mientras el pequeño atravesaba el portón, el portero se distraía al recibir una copa del sirviente. El niño entró y nadie notó su presencia. Como no estaba tan mal vestido, me dispuse a salvar la noche del pequeño intruso. Me preparé un saco y crucé la calle. Por venturas del destino, la dueña de casa flagra el muchacho queriendo pellizcar un bocadito, pero esta lo sorprende en el acto y se lo quita de la mano, disponiéndose a sacarlo para afuera de un brazo. Al momento se dirige a su esposo como buscando una explicación, si conocía al niño o era un intruso miserable.


Los Romanoff si bien son de clase alta, nunca dejan la pose y el egoísmo social clasista. Da para imaginar el tipo de gente que se encuentra y asiste a su casa.


El niño sin su bocadillo se quedó sin palabra al pensar que se le acababa el paraíso un minuto después que llegara al mismo. Pero tras la interrogante de una voz cortante donde se oía – con quién vino este niño?, doy mi paso de triunfo por la puerta principal… un silencio se hace y justo a tiempo de decir – Conmigo.


Para justificar su aspecto sucio, tuve que pedirle disculpas a la señora y decirle que estaba afuera cuando lo vi caer en el cenicero de la estufa a leña sin querer. Pues al jugar en sima de un palo, pierde el equilibrio y cae en los restos del fuego donde se preparó el asado.


- Que conste que lo limpié pero sabe como es, hasta que no se dé un baño no quedará apropiado – Le dije. Pero ya me lo llevo pues no ha de estropear la elegancia de la fiesta un niño y menos un sobrino mío en este estado calamitoso.


Al instante todo fue mudado tras la revelación, la señora iba a preguntar porque quería saber de quién era el hermoso niño, según ella. Que justo le había preparado un bocadillo para ofrecerle. Luego de tanta apariencia, el niño estaba a salvo y pasaría a no ser notado, ya que en realidad es parte del conjunto.


El niño me miró como sin entender nada ya que en realidad no era nada mio, pero disimuladamente le dije que si quería comer todo eso que el veía, debería de comportarse como grande y no salir de mi lado.


No necesitó explicación, pareciera que el joven entendió claro las exigencias.


Al verlo feliz y contento, me sentía bien. Pero de pronto el me mira comer y me pone de rodillas el alma. Si bien se controlaba para no llamar la atención, la cantidad de elegantes panes, panecillos y demás manjares pequeños, le ponían los ojos a desear eternamente.


Sus ojitos miraban con ternura sin igual hacia la mesa y hacia mí. Su carita manchada por la falsa ceniza inventada, parecía que elevaba una plegaria por estar en aquel lugar. En realidad, no podía dejar de mirarlo comer con tan elegante ganas de comer y tan agradecido que se sentía. No entiendo a los Romanoff, son una figura tan por el pueblo y en realidad es todo un mundo de sepulcro blanqueado.


Luego de que el niño se saciara, me dispuse a decirle que era hora de que nos retiráramos de la fiesta, si no lo hacíamos, el no podría venir nuevamente la próxima fiesta.


Nos despedimos de los patriarcas de la casa y nos dirigimos dando pasos cortos como lo hacen los Duques hasta la vereda. El niño me dijo que se marchaba a su casa a llevarle unos bocadillos a su hermanito y yo continué la gran travesía hasta mi puerta a pocos pasos de los Romanoff.


Antes de entrar y con el niño de regreso a casa, una voz familiar me interrumpe.


- Tío, tío… gracias por dejarme entrar a comer…


No supe si llorar o sonreír… aquel rostro angelical se veía diferente al que vi pasar anteriormente por la ventana.


Y fue así… que antes de las siete me preparaba un trajecillo para el visitante callejero, el penetra en los Romanoff. Juntos atravesábamos la calle y ahí estaba, la clase más baja entre la cumbre del poder. De la miseria, a la fartura.


- Ahora sabes cual es mi secreto. El señor me dio una nueva vida, luego el falleció pero me dejó todas sus cosas y bienes a mi nombre. Pero ya estaba de novio contigo.


- Mi padre jamás lo entendería y lo aceptaría que yo siendo una Romanoff, me casara con un méndigo. Pero no importa, ahora ya eres un Romanoff, el chico que conquistó el corazón de una princesa.


- Es por eso que leo el diario del señor, me recuerda los momentos felices que pasamos, y el momento en que nos conocimos. El describe todos los detalles que yo de niño no entendía. Hoy entiendo y se me llena de ternura hacia esta persona que sin duda, para mi fue el Ángel de la guardia. El Ángel que me dio lo que soy hoy.


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