Corrí para darle un abrazo, me colgué de su cuello apretando lo más fuerte posible como con temor de perderlo.

Lloré todas las lágrimas que tenía. Mi corazón me palpitaba a prisa, como de quien corre tras el único bus que lo lleva a casa, luego de media vida secuestrado.

Luego que las ganas de vernos fueros suplidas, nos dirigimos a caminar rumbo a casa, el lugar era precioso. Los árboles a los lados de la calle, las plazoletas decoradas con los primeros bostezos de sol y una dulce melodía de pasos enamorados.

El frío caía con las sombras, pero sus brazos eran cálidos y confortables. Para nada me preocupaba el tiempo. Su aspecto angelical, me daban seguridad y orgullo de tenerle a mi lado.

Al llegar al otro extremo de la gran avenida, se me hiela el corazón del alma. Me doy cuenta, que no estaba ahí la persona que esperaba y la que había amado todo este tiempo.

Me doy cuenta que los sueños que soñamos juntos no eran más que castillos de arena y palabras para pasar el viento abrumador.

Mi espíritu gritaba por socorro mirándole a los ojos, tratando de despertar al amor que cambió mi vida, por si acaso estuviera dormido dentro de este cuerpo. Poco a poco me fui muriendo de dolor, hasta que desmayé y se me apagó el sueño. Supe entonces que todo había acabado. Me pasaron un millón de preguntas, pero callé. Me vinieron terribles ganas de gritar y protestar, pero recordé que quien ama, deja ir aunque se muera de angustia. Recordé que no habían faltas en mi, que no tenía culpas y comencé a reír.

Reía con las fuerzas todas, porque en realidad, no era yo el que veía lo malo sino Tú, vos que estás leyendo… en realidad tú estás diciendo cosas que no escribí y sintiendo lo que yo no sentí. Por tanto, no te metas en mis sueños. Pues por tu culpa, por comenzar a imaginar lo que no había, me he despertado del sueño. No he podido enamorarme una vez más, siempre hay alguien que me despierta. Entonces desperté y comienzo a reír, porque otra vez estaba soñando un sueño.