El llanto de una Princesa

El sol le besó la frente colándose entre las cortinas. Su balcón vestido de quince años, le daba las buenas nuevas. Al mirar el jardín, estaba estampado con colores y tules. No era un castillo, pero ella era la princesa de ese lugar. Corrió a la fuente y lavó su rostro junto a los alados, que se salpicaban, como señal de que se arreglaban para su fiesta. Los naranjos se iluminaron con el color de su pelo y

las manzanas imitaban sus labios. Al pasar, todos le daban un beso por su aniversario. Su corazón latía fuerte, pero mayor era la paz que vivía en su interior. Estaba enamorada y vivía del otro lado de la calle su corazón. A la tarde, antes que el sol bostezara, ella resplandeció como nunca y todos esos ojos se maravillaban. Sus dedos como plica en un manuscrito, lucían un pequeño diamante, su sonrisa iluminada y un par de estrellas, destellaban a cada parpadeo. Luego del vals y los abrazos de buena venturanzas, llegaron los roses de amigos y ahí estaba… respirando fuerte su corazón junto a su razón de sueños coloridos. Y anunciaron el tan esperado momento, donde le vendría bien un pedido a las hadas. Sería su último deseo como niña y lo único que quería, estaba del otro lado de la calle.

Pero ella calló y tras un silencio, interrumpió el ambiente festivo para decir lo que deseaba, lo que había en su corazón.

-Madre, padre, familia y amigos. Estoy profundamente agradecida que os halláis acordado de mi aniversario y venido a estar conmigo. Pero debo deciros algo, ahora que no seré más una niña, que he crecido… pronto podré abrir mis alas y volar por este mundo, buscaré un refugio como vosotros y formaré mi propia familia. Quizás esto habéis pensado. Pero mi corazón es diferente, siento que no soy como vosotros podréis creer… estoy enamorada de una chica, la cual daría la vida y todo cuanto me resta por estar con ella. Solamente quiero amar y se que aún tengo mucho que vivir y aprender, pero no puedo dejar de creer y sentir lo que vive mi corazón. Espero no decepcionaros con lo que digo, pero es que estoy tan feliz y vosotros también estáis feliz por mi, si yo estoy feliz, verdad…?.

Pero tras la confesión, una onda de quehaceres olvidados y disculpas por retirarse, invadió la fiesta de la pequeña princesa, quien se quedó con el cuchillo enterrado en el pastel. Solamente su madre le aceptó un trozo tras sugerirle que continuara cortando. Con lágrimas en los ojos, ambas se abrazaron y lloraron, mientras su padre a lo lejos, se lamentaba junto a su vergüenza. Unas horas más tarde, se sentó en una mecedora al frente, con un vestido verde y el pelo recogido hacia un lado y miró que del otro lado, la chica a la cual amaba, le destrozaba el corazón a cada beso que le daba al chico de la esquina. Bajó su mirada y amargamente lloró, lloró y lloró en el silencio de su corazón. Se le oscureció el alma y su vida se amargó como el ajenjo. Su luz se apagó y su sonrisa fallecía en su rostro de luna, esa noche. Cuando pasaron frente a ella, le tiraron con una bolsa de residuos que allí estaba y le dijeron que se pudriera, que lugar de mugre, era en la basura. La bolsa le pegó en la cabeza y todo su contenido calló en su falda. Pero ella no dijo nada, ni una sola palabra. Su madre al sentir el ruido, sale y tomándole de la mano le dice: - Ven pequeña, ya está quedando frío, tomemos algo calentito junto al fuego. Pero ella se quedó con la mirada perdida hacia el otro lado de la calle y no  regresó a la vida, sino que murió de cuerpo y alma bajo su balcón de quince años, mirando hacia el otro lado de la calle con la mano de su madre entre sus dedos, quien lloraba a gritos por su niña.

Y la noche fría reinó en el seno de esa familia.

Daimer Santuche H.

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